


Ponerse la alarma a esas horas de la mañana un día de verano puede ser una locura. Hasta que llegas a la orilla y el sol empieza a despertarse . Va asomándose desde detrás del mar y tiñendo poco a poco cada centímetro de la Patacona. Y los colores inundan el mar y la arena.

Miras a tu amiga, que te está mirando con cara de te lo dije. Y te das cuenta de que, efectivamente, aquello es una verdadera locura .
Y de repente, alguien grita desde abajo. Es tu estómago, que sabe que es la hora de desayunar. Así que medio paseo después, estás en una terraza con un café y una pedazo de tostada (por ejemplo). Notas la brisa del mar en la cara contrarrestando el calorcito que el sol empieza a lanzar ya a esas horas.


Y después del siestón que te has echado para recuperar las horas de sueño
, tu amiga la que no madruga, pero trasnocha, y con solamente un “en una hora en el chiringuito” te dejas liar otra vez
.
Porque si vienen a liarte para un tardeo, te dejas liar y no hay más. Porque hay cosas que no te puedes perder. Y las horas pasan como si no pasasen, y de repente te encuentras a las cinco y media de la mañana en el mismo sitio que el día anterior, dando la bienvenida al sol otra vez. Vaya locura.


